El gozo que grita ¡Ven!
El papa León XIV nos está urgiendo a esta oración por la unidad. ¿No es ahora más que nunca el tiempo de permanecer junto a María suplicando lo que solo el Cielo nos puede dar?
Sacerdote y eremita diocesano
El papa León XIV nos está urgiendo a esta oración por la unidad. ¿No es ahora más que nunca el tiempo de permanecer junto a María suplicando lo que solo el Cielo nos puede dar?
Las dificultades que tenemos que afrontar por causa del bien hemos de amarlas tanto como la misma bondad. Nadie puede adquirir una renuncia genuina, sino aquel que se ha determinado firmemente en lo profundo de su pensamiento a soportar con agrado la aflicción y las tribulaciones.
El sacrificio -dice Dios- más precioso que a mí me complace son vuestras obras bellas y la íntima devoción del corazón. Tierra buena que alegra a su Señor dando por fruto el ciento por uno es el alma que se purifica con el pensamiento fijo en Dios, vigilando atentamente noche y día.
Lo primero que el maestro Isaac nos enseña es no escandalizarnos de nuestra propia debilidad. Lo que tantas veces pensamos que es nuestro obstáculo a la santidad, en realidad es nuestro camino hacia ella.
El maestro dijo: “La purificación del corazón hace inquebrantable el espíritu del hombre, y le vuelve apto para recibir el estado que busca. La oración es la conversación de nuestro espíritu con Dios.
No debéis poner vuestra seguridad solamente en las Escrituras de tinta, pues la gracia de Dios inscribe las leyes del Espíritu y los misterios celestes también sobre las tablas del corazón, y el corazón es el que manda y rige todo el cuerpo
Cuando el príncipe del mal y sus ángeles anidan en vuestro interior, vuestro corazón se convierte en un sepulcro. Si esos pensamientos se convierten en señores dentro de vosotros, ¿acaso no estáis muertos para Dios?
Un día tres jóvenes fueron arrojados a un horno de fuego por un vil tirano al negarse a renunciar a su fe en Dios. Sin embargo, el fuego que baja del cielo llenaba sus corazones
Ahora bien, dentro de este hombre interior el espíritu es lo más profundo, como el ojo que escruta el horizonte, y es capaz de ver y distinguir a los enemigos cuando se acercan.
El que quiera encontrar la paz del corazón deberá combatir. Pues, el alma, bajo el peso del pecado, avanza como a través de un campo lleno de maleza y zarzas. Aquel que quiere atravesarlo tiene que tomar la penosa tarea de abrirse paso a la fuerza.