Isaac sembró en aquella tierra y aquel año cosechó el ciento por uno, pues le bendijo el Señor. El hombre prosperó y creció continuamente hasta hacerse muy rico. Poseía rebaños de ovejas y vacas, y una gran servidumbre, tanto que los filisteos le envidiaban. Todos los pozos que habían cavado los criados de su padre en tiempos de su padre Abrahán, cuando este vivía, los cegaron los filisteos llenándolos con tierra. Y Abimélec dijo a Isaac: «Vete de entre nosotros, porque te has hecho más poderoso que nosotros». Isaac se fue de allí y acampó en el valle de Guerar, donde se estableció. Isaac volvió a cavar los pozos de agua que habían sido cavados en tiempo de su padre Abrahán y que los filisteos habían cegado después de la muerte de Abrahán, y los llamó con los mismos nombres que su padre les había puesto. Los criados de Isaac cavaron en el valle y encontraron allí un pozo de aguas vivas. Pero los pastores de Guerar riñeron con los pastores de Isaac y les dijeron: «El agua es nuestra». Y llamó al pozo Esec, porque habían reñido con él. Cavaron luego otro pozo y también discutieron por él. Y lo llamó Sitna. Se alejó de allí y cavó otro pozo, por el cual ya no riñeron. Y lo llamó Rejobot, queriendo decir: «Esta vez el Señor nos ha concedido espacio para crecer en el país». (Gn 26, 12-22).
Recientemente Erik Vardeen recordaba esta tarea de la Iglesia, que consiste en rescatar constantemente aquello que parecía muerto, en comenzar de cero cuando no habría motivo aparente para hacerlo: “San Benito no partió de una visión que pretendiese renovar Europa. San Benito tenía una sola ambición. No anteponer nada al amor de Cristo. El único criterio para el discernimiento de una vocación es este: “¿Busca el novicio a Dios?”. Esto lo hizo San Benito con una gran determinación, casi obsesiva. Esta búsqueda del rostro de Dios, que comenzó en soledad y con dificultad, transformó gradualmente a San Benito e hizo que muchos se le acercaran, de manera que en torno a su experiencia se formaron comunidades que deseaban vivir de la misma manera, porque podían ver que era algo deseable, y veían que era una fuente de generación de vida”.
La experiencia de San Benito nos recuerda a la de Isaac y a la de tantos otros hombres que, en la estela de la gran tradición, han sabido recomenzar, han entendido que nada estaba totalmente perdido. Su ímpetu es original, creativo, audaz, pero siempre es respuesta a una llamada. El relato del Génesis prosigue así:
“Desde allí (Isaac) se dirigió a Berseba. Aquella noche se le apareció el Señor y le dijo: «Yo soy el Dios de tu padre Abrahán; no temas, porque yo estoy contigo. Te bendeciré y multiplicaré tu descendencia, en atención a mi siervo Abrahán».
Y la misma promesa, comunicada inicialmente a Abrahán, la repetirá el Señor de manera sucesiva: a Jacob, a Moisés, a Josué, y así a tantos otros que, a lo largo de la historia, llena de vicisitudes y encrucijadas, han tenido que renovar y desescombrar lo que otros quisieron tapar.
Este blog, nacido de la amistad, sostenido en comunión, no pretende más que ahondar en viejos pozos. Hay aguas subterráneas, hay corrientes de agua aún por descubrir:
“El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna” (Jn 4, 5-42).
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