1. La Resurrección -Aparición a la Virgen María – (Valtorta)
Resucitado | Alberto Guerrero
Contemplación del misterio
«Entran las mujeres con lámparas y ánforas y recipientes de anchas bocas. María de Alfeo trae un mortero grande y recio. Encima de una mesa colocan todas sus cosas. Luego dan un último toque a sus bálsamos. Han terminado. Todos los recipientes están llenos. María se levanta y busca su manto. Pero todas se arremolinan en torno a Ella convenciéndola de que no vaya.
-No te tienes en pie, María. Hace dos días que no tomas alimento.
-Sí, Madre. Lo haremos pronto y bien. Y volveremos enseguida.
-No temas. Lo embalsamaremos como a un rey. ¡Ya ves qué bálsamo tan valioso hemos hecho! ¡Y cuánto!…
Pero María insiste:
-Es mi deber –dice- Siempre lo he cuidado yo. Sólo en estos tres años que ha estado en el mundo he cedido a otros la función de cuidarlo cuando estaba lejos de mí. Ahora que el mundo lo ha rechazado y negado, de nuevo es mío; y yo de nuevo soy su sierva.
Pedro, que con Juan se había acercado a la puerta, al oír estas palabras se aparta. Huye a algún rincón escondido para llorar por su pecado. Juan permanece junto a la jamba de la puerta. Pero no dice nada. Quisiera también ir él, pero hace el sacrificio de quedarse con la Madre.
María Magdalena lleva a María a su silla. Se arrodilla delante de Ella, abraza las rodillas de María, alza hacia Ella su rostro doliente y enamorado y le promete:
-Él, con su Espíritu, todo lo sabe y todo lo ve. Pero a su Cuerpo, con besos, le expresaré tu amor, tu deseo. Yo sé lo que es el amor. Si, la pecadora puede saber lo que es el amor santo a la Misericordia viviente, Madre. Tú sabes que sé amar. Ahora este amor mío exuberante, como agua que rebosa de un pilón, como rosal en flor que sobrepasa un muro, se ha derramado en Él por entero…
¡Oh, mi potencia de amar no ha podido sustituirlo en la Cruz!… pero todo esto que no he podido hacer por Él, por ti puedo hacerlo todavía…. Madre a la que amo con todo mi corazón. Confía en mí. Yo, con esta alma que cada vez más se abre a la Gracia, sabré aún más dulcemente acariciar sus miembros santos. Y la muerte no hincará su diente en esa carne que tanto amor ha dado y tanto amor recibe. Huirá la Muerte. Porque el Amor es más fuerte que ella. El Amor es invencible. Y yo, Madre, con amor, con tu perfecto amor, embalsamaré a mi Rey de Amor.
María besa a esta apasionada que, por fin, ha sabido encontrar a quien tanta pasión merece. Y cede ante sus ruegos. Las mujeres salen llevando consigo una lámpara. La última en salir es la Magdalena, después de un último beso a la Madre, que se queda. La casa está del todo oscura.
María se pone de rodillas, como la noche anterior, cara a Cara con el velo de la Verónica. Y ora, y habla con su Hijo:
-¡Jesús, Jesús! ¿No vuelves todavía? Tu pobre Mamá ya no resiste sabiendo que estás muerto allí. Hablaste y ninguno te comprendió. ¡Pero yo sí te he comprendido! «Destruid el Templo de Dios y lo reconstruiré en tres días.” Éste es el principio del tercer día. ¡Oh mi Jesús! No esperes al final del día para volver a la vida, a tu Mamá, que necesita verte vivo, hermoso, sano, triunfante, para no morir recordándote en ese estado en que te dejaron.
¡Oh, Padre! ¡Padre! ¡Dame a mi Hijo! Que yo lo vea de nuevo Hombre y no cadáver, Rey y no condenado. Sé que después volverá contigo al Cielo. Pero yo lo habré visto curado de tanto mal; fuerte, después de tanta debilidad; triunfador, después de tanto padecimiento por los hombres.
Padre, Padre, escucha a tu sierva. Por aquel «sí»… No te he pedido nunca nada por mi obediencia a tus designios; era tu Voluntad, y tu Voluntad era la mía; nada debía exigir por el sacrificio de la mía a Ti, Padre Santo. ¡Pero ahora, pero ahora, por aquel «sí» que dije al Ángel mensajero, oh Padre, escúchame! Llevo tres días en esta agonía. Tú ves mi corazón y sientes sus latidos. Consuélame, ahora, Padre. ¡Padre, piedad! ¡Piedad, Hijo mío! ¡Piedad, divino Espíritu! ¡Acuérdate de tu Virgen!
Después, prosternada, María parece orar con su postura, además de con su corazón: es verdaderamente un pobre ser abatido. No advierte tan siquiera la sacudida de un breve pero violento terremoto que hace gritar y huir a los dueños de la casa, mientras Pedro y Juan, pálidos como muertos, se retiran al Cenáculo.
María sigue postrada rostro en tierra. La ventana cerrada se abre con un impetuoso golpe, y, bajo el primer rayo del Sol, entra Jesús. María, que se ha estremecido con el ruido y que alza la cabeza para ver qué ráfaga de viento ha abierto la ventana, ve a su radiante Hijo: hermoso, infinitamente más hermoso que cuando todavía no había padecido; sonriente, vivo, más luminoso que el Sol, vestido con un blanco que parece luz tejida. Y lo ve avanzar hacia Ella.
María se endereza sobre sus rodillas y, uniendo las manos sobre el pecho, dice con un sollozo que es risa y llanto: «Señor, mi Dios». Y se queda arrobada, contemplándolo con su rostro lavado todo en lágrimas, pero sereno ahora, sosegado por la sonrisa y el éxtasis. Pero El no quiere ver a su Madre de rodillas como una sierva. Y la llama tendiéndole las Manos, cuyas heridas emanan rayos que hacen aún más luminosa su Carne gloriosa: “¡Mamá!”.
Es un grito de triunfo, de alegría, de liberación, de fiesta, de amor, de gratitud. Y se inclina hacia su Madre, que no osa tocarlo, y le pone sus Manos bajo los codos doblados, la pone en pie, la aprieta contra su Corazón y la besa. ¡Oh, entonces María comprende que no es una visión, sino que es su Hijo realmente resucitado; que es su Jesús, el Hijo que sigue amándola como Hijo! Y, con un grito, se le arroja al cuello y lo abraza y lo besa, riendo y llorando».
(Extractos de Maria Valtorta, «616. La mañana de la Resurrección. Oración de María» y «618. Jesús resucitado se aparece a su Madre», en El evangelio como me ha sido revelado, vol. X)
Meditación (palabras de Jesús a María Valtorta)
-Las oraciones ardientes de María anticiparon algo mi Resurrección. Yo había dicho: «Al Hijo del hombre lo matarán, pero al tercer día resucitará». Había muerto a las tres de la tarde del viernes. Tanto si calculáis los días por su nombre como si calculáis las horas, no era el alba dominical la que debía verme resucitar. En cuanto a horas, mi Cuerpo había estado sin vida treinta y ocho, en vez de setenta y dos; en cuanto a días, habría debido, al menos, llegar la tarde de este tercer día para decir que había estado tres días en la tumba.
Pero María anticipó el milagro. Como cuando con su oración abrió los Cielos algunos años antes respecto a la época fijada para dar al mundo su Salvación, así ahora Ella obtiene la anticipación de algunas horas para dar consuelo a su corazón agonizante.
Y Yo, al rayar el alba del tercer día, bajé como sol que desciende, y con mi fulgor derretí los sellos humanos, tan inútiles ante el poder de un Dios; con mi fuerza hice palanca para volcar la piedra inútilmente vigilada; con mi aparición creé un fulgor que echó por tierra a los tres veces inútiles soldados que habían sido puestos de guardia para custodia de una muerte que era Vida y que ninguna fuerza humana podía impedir que lo fuera.
Mucho más potente que vuestra corriente eléctrica, mi Espíritu entró como espada de Fuego divino a dar calor a los fríos restos mortales de mi Cadáver, y al nuevo Adán el Espíritu de Dios le sopló la vida, diciéndose a sí mismo: «Vive. Lo quiero».
Yo, que había resucitado a los muertos cuando no era sino el Hijo del hombre, la Víctima designada para cargar con las culpas del mundo, ¿no iba a poder resucitarme a mí mismo, ahora que era el Hijo de Dios, el Primero y el último, el Viviente eterno, Aquel que tiene en sus manos las llaves de la Vida y la Muerte?
Y mi Cadáver sintió que la Vida volvía a Él. Mira: respiro profundamente, como un hombre que se despierte después del sueño producido por una enorme fatiga. Y todavía no abro mis ojos. La sangre vuelve a circular, todavía poco rápida, en las venas, y devuelve el pensamiento a la mente. ¡Y venía de tan lejos!
Mira: como en un hombre herido y sanado por una fuerza milagrosa, la sangre vuelve a las venas vacías, llena el Corazón, da calor a los miembros del Cuerpo, y las heridas se cierran, desaparecen cardenales y llagas, la fuerza vuelve. ¡Y estaba tan herido! Interviene la Fuerza y Yo quedo curado, me despierto, vuelvo a la Vida. Estuve muerto. ¡Ahora vivo! ¡Ahora me pongo en pie!
Me quito la mortaja, aparto de mí la capa de ungüentos. No los necesito para aparecer como Belleza eterna, como eterna Integridad. Me visto con vestiduras que no son de esta Tierra, sino que las ha tejido quien es mi Padre, Él, que teje la seda de las virginales azucenas. Estoy vestido de esplendor. Mi adorno son las llagas, que ya no -rezuman sangre sino que irradian luz, esa luz que será el gozo de mi Madre y de los bienaventurados, y el terror, la visión insoportable de los malditos y de los demonios en la Tierra y en el último día.
El ángel de mi vida de hombre y el ángel de mi dolor están postrados delante de mí y adoran mi Gloria. Están mis dos ángeles. Uno, para gozarse en la visión de su Custodiado, que ahora ya no tiene necesidad de la angélica defensa. El otro, que ha visto mis lágrimas, para ver mi sonrisa; que ha visto mi batalla, para ver mi victoria; que ha visto mi dolor, para ver mi dicha.
Y salgo al huerto lleno de capullos de flores y rocío. Y los manzanos abren sus corolas para formar un arco florecido sobre mi cabeza de Rey. Las hierbas hacen de alfombra de gemas y de corolas a mi pie, que vuelve a pisar la Tierra redimida después de haber sido alzado sobre ella para redimirla. Me saluda el primer sol, y el viento dulce de Abril, y la leve nube que pasa, rosácea como mejilla infantil, y los pájaros entre las frondas. Soy su Dios. Me adoran.
Paso entre los soldados desvanecidos, símbolo de las almas en pecado mortal, que no oyen el paso de Dios. ¡Es Pascua, María! ¡Esto sí que es el «Paso del Ángel de Dios»! Su Paso de 1a muerte a la vida. Su Paso para dar Vida a los que creen en su Nombre. ¡Es Pascua! Es la Paz que pasa por el mundo. La Paz ya sin el velo de la condición de hombre; libre, completa en su restablecida eficiencia de Dios.
Y voy donde mi Madre. Muy justo es que vaya. Lo fue para mis ángeles, mucho más lo es para aquella que, además de custodiadora mía y consuelo mío, fue la que me dio la vida. Antes incluso de volver al Padre con mi figura humana glorificada, voy a mi Madre. Voy con el fulgor de mi figura paradisíaca y de mis Gemas vivas. Ella me puede tocar,
Ella puede besarlas, porque es la Pura, la Hermosa, la Amada, la Bendita, la Santa de Dios. El nuevo Adán va donde la nueva Eva. El mal entró en el mundo a través de la mujer, y la Mujer lo ha vencido. El Fruto de la Mujer ha desintoxicado a los hombres de la baba de Lucifer. Ahora, si ellos quieren, pueden salvarse. Ha salvado a la mujer que tan frágil quedó después de la mortal herida».
(Extractos de Maria Valtorta, «620. Consideraciones sobre la Resurrección», en El evangelio como me ha sido revelado, vol. X)
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