Iglesia, ¿qué dices de ti misma?
El Concilio Vaticano II se inició en 1962 por el Papa Juan XXIII y finalizó con Pablo VI en 1965. Han pasado ya sesenta y dos años desde su comienzo, pero parece que fue ayer, cuando los padres sinodales en el principio del Concilio Vaticano II, quisieron responder a la cuestión que consideraban fundamental: «Iglesia, ¿qué dices de ti misma?». La respuesta ya la conocéis. Lumen Gentium, la Iglesia es luz de las gentes. Fue el documento más importante del Concilio Vaticano II, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia.
En la misma lógica, nos situamos en Roma, ocho de octubre de 1994, en la Vigilia de la Primera Jornada Mundial de la Familia, con ocasión del año internacional de la familia; en esta ocasión el primado de Pedro lo ocupa Juan Pablo II, y vuelve a incidir sobre la misma pregunta, Iglesia «¿qué dices de ti misma?». Y del mismo modo responde, «Soy luz de las gentes».
Pero el recuerdo se convierte en desafío para la familia cristiana, cuando Juan Pablo II se dirige a ellas con un estilo directo y a quemarropa: Juan Pablo II va a responder en su nombre con el lenguaje del Concilio Vaticano II: «¡Familia, tú eres Gaudium et spes!» (tú eres gozo y esperanza), tomando como respuesta la formulación del Concilio, en su Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. La indicación era clara, no se puede responder a esta pregunta con la solución de problemas, sino con una vida llena de gozo que genera la esperanza entre los hombres. El cristianismo se difunde por ósmosis, por emulación, eso fue desde el principio. Es un nuevo modo de vivir. Queda en pie la pregunta para todos nosotros.
El gozo al que se refiere la Iglesia es un gozo característico que permite dar sentido a tantas lágrimas que se derraman en el transcurso de la vida familiar y social. Juan Pablo II vuelve a retomar la Gaudium et spes:
«El gozo y la esperanza , la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza , tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón».
Es la totalidad de la existencia humana la que está implicada en la familia.
El futuro está iluminado por Cristo que se hace presente en los amores humanos. Todos experimentamos nuestra profunda debilidad, nuestra vulnerabilidad, que sólo se fortalece en la recepción sincera del don de Dios.
«En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado. Es Aquel que ha penetrado de modo único e irrepetible en el misterio del hombre y ha entrado en su “corazón».
El apóstol Juan da cuenta de ello al pie de la Cruz: «Jesús viendo a su madre y junto a ella al discípulo, dice a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo ahí tienes a tu Madre”». Y desde aquella hora nos acompaña de forma misteriosa pero eficiente, porque es Madre, la nueva Eva que acompaña a sus hijos, en su ruta peregrina hacia la Patria celestial.
Nos lo ha recordado el Papa Francisco el 9 de mayo pasado, en la Solemnidad de la Ascensión del Señor, dando a conocer en San Juan de Letrán la Bula de del Jubileo Ordinario del año 2025, cuya lectura os recomiendo. Su título: Spes non confundit «la esperanza no defrauda» (Rom. 5,5). En ella hace evocación en su nº. 24 de que «La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto». No es casual que la piedad popular siga invocando a la Santísima Virgen como Stella maris. “Un mensaje similar se graba en los corazones desde tantos santuarios marianos esparcidos por el mundo, meta de numerosos peregrinos, que confían a la Madre de Dios sus preocupaciones, sus dolores y sus esperanzas”, porque ella es signo de esperanza cierta y de consuelo.
Cómo no recordar también el 13 de Octubre reciente el 107 aniversario de la Sexta aparición de la Virgen María a los tres pastorcitos de Fátima. Y la conmemoración del 350 aniversario de las revelaciones del Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque el 27 de diciembre del pasado año.
María no es un adorno secundario en la vida cristiana, el camino de María es también nuestro propio camino. Ella es la memoria de Cristo, según San Juan Pablo II. El cauce por el que el mismo Dios ha querido acercarse a nuestra humanidad. María se nos dio como madre cuando por ella Dios se nos hizo hermano. Nos comunica la esperanza cristiana de sabernos mirados y sostenidos por Dios. Recordemos las Bodas de Caná y la angustia de los esposos que ya no tienen vino. Y María que, solícita, se dirige a los invitados: «Haced lo que Él os diga». Las letanías del Rosario dan cuenta de las numerosas advocaciones que la Virgen recibe desde tiempos pretéritos, reconociendo su intercesión en la vida de los creyentes.
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