Vínculos de amistad

Todo vínculo de amistad es, después de todo, todavía imperfecto, lo que sin embargo no le impide tener algo de definitivo. Y casi parecería que contentarse con una amistad en la que las relaciones aún son inevitablemente imperfectas es la manera más realista de vivir. En cambio, lo que he encontrado en ti es esta libertad interior que, en medio de una unión todavía precaria, permanece en espera de los únicos vínculos definitivos y profundos.

«La amistad: Diario de un jesuita en la fábrica (1958-1967)», de Egied Van Broeckhoven .

La amistad nos permite tocar la gratuidad de Dios, nos adentra en el misterio de la Trinidad. Este es un pensamiento recurrente en Egied V. Broeckhoven. No se trata de vínculos pasajeros, mucho menos de contactos esporádicos orientados a la propia satisfacción o al ejercicio del poder o de la conveniencia. La amistad nos introduce en el misterio de la intimidad, en la que lo propio es compartido, es dado y, al mismo tiempo, acogido. Descubro al otro, que desvela algo de sí y, a través de su mirada, se me devuelve algo de mí, renovado, más limpio y claro. Así, la amistad aparece como un reflejo de la Trinidad, en cuyo seno la única regla imperante es la pura caridad, el conocimiento amoroso del Otro. 

En este sentido, la amistad nos introduce en algo definitivo, nos coloca -aunque sea de una manera fugaz- en el horizonte de lo que es bueno, bello y verdadero, que es el fundamento más radical de nuestra vida. Y así llegamos a participar de la bondad, la belleza y la verdad del seno trinitario, lleno de gratuidad, entera y completa donación gratuita. 

«Si realmente nos atreviéramos a ver lo divino en el florecimiento de lo humano, amaríamos a los hombres, a nuestros amigos, a nuestro trabajo, al arte, etc., con una impetuosidad divina, y a Dios con espontaneidad humana”. 

“Este es el mensaje que debo llevar a los hombres; cada contacto humano, aunque sea poco profundo, es un esbozo de contacto con Dios. Y debo enseñarles a comprender el significado celestial de estos contactos y a actuar en consecuencia”.

Podríamos pensar que esto es una exageración, ya que nunca la amistad, ni siquiera la más sólida y limpia, logra librarse del límite, de la incomprensión y de la penumbra. Se realiza de manera inevitable en la imperfección, mostrando una última precariedad. Hay precariedad, es verdad, pero también vínculos “definitivos y profundos”, promesas que parecieran venir de la otra orilla, y que anuncian un viaje de vuelta, gustoso, compartido.

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