Objetivo
Comprender cómo actúa el Espíritu de Dios actúa en el corazón, y el mejor método para dejarle actuar: la oración del corazón.
Experiencia
Muchas veces no es nada sencillo distinguir lo que hay dentro de nosotros. Tenemos el peligro de concentrarnos en lo negativo. Entonces nos podemos perder el verdadero tesoro: la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Pero nos preguntamos cómo dejarle actuar en la práctica, qué podemos hacer para que Él vaya tomando posesión de nosotros cada vez más.
El maestro de hoy
Hoy terminamos de escuchar al Abbá Macario el Grande. Como veréis, son preguntas que le hacen hermanos de comunidad, incluso otro Abbá -padre espiritual-, lo cual muestra que todos necesitamos aprender; no nos avergoncemos de preguntar lo que se supone que ya deberíamos saber.
Un hermano le preguntó: “Padre, yo leo siempre la Santa Biblia, pero a veces no sé cómo aplicarla a mi vida. ¿Cómo puedo dejarme guiar por el Espíritu Santo en mi vida práctica? El le respondió:
“No debéis poner vuestra seguridad solamente en las Escrituras de tinta, pues la gracia de Dios inscribe las leyes del Espíritu y los misterios celestes también sobre las tablas del corazón, y el corazón es el que manda y rige todo el cuerpo. La gracia, una vez que se ha apoderado de los prados del corazón, reina sobre todos los miembros y todos los pensamientos. Paralelamente, les sucede a los hijos de las tinieblas: el pecado reina en su corazón y de ahí pasa a todos sus miembros. Igual que los mercaderes van recogiendo de todos los lugares las perlas más preciosas, así los cristianos, por el poder del Espíritu Santo y las virtudes, reúnen los pensamientos del corazón dispersos, pues la potencia del Espíritu divino tiene el poder de concentrar el corazón, disperso por toda la tierra, en el amor del Señor y así transportar los pensamientos al mundo de la eternidad. Pero si quieres saber cómo alcanzar esto, escucha lo que he aprendido en la experiencia de mi prolongada vida: “Bienaventurado aquel que persevera sin cesar, y con verdadero arrepentimiento de corazón, en la invocación del nombre de nuestro Señor Jesucristo, pues ciertamente no existe en la vida práctica nada más agradable que este alimento bendito. Tú debes rumiarlo todo el tiempo como la ternera que gusta la dulzura de rumiar hasta que la cosa rumiada penetra en el interior de su corazón, y derrama allí una dulzura y una grasa -unción- buenas para su estómago y para todo su interior. ¿No ves acaso la belleza de sus mejillas inflamadas por el dulzor que ella ha rumiado con su boca? Pidamos que nuestro Señor Jesucristo nos conceda la gracia a través de su dulce y graso -ungido- Nombre.
Un hermano interrogó a la abba Macario diciendo: “Enséñame el significado de estas palabras de la Escritura: “La meditación de mi corazón es estar en tu presencia”. El anciano le dijo: “No existe otra meditación a no ser el Nombre saludable y bendito de nuestro Señor Jesucristo habitando sin cesar en ti, tal como está escrito en la Escritura: “como golondrina clamaré y como tórtola meditaré”. Eso es lo que hace el hombre piadoso que permanece constantemente en el Nombre de nuestro Señor Jesucristo. Macario también dijo: “Cuando tus labios estén pronunciando su santo Nombre debes poner la atención de tu mente en Él, sin dispersar tu corazón. Tú, mientras repites: “Señor Jesucristo ten piedad de mí”, piensa sólo en eso mismo y verás el descanso de su divinidad reposar en ti, apartar las tinieblas de las pasiones y purificar al hombre interior retornándolo a la pureza de Adán cuando estaba en el paraíso. Este es el Nombre bendito que invocó Juan el evangelista llamándolo “luz del mundo”, “dulzura que no empalaga”, y “verdadero pan de vida”.
El abad Evagrio fue a buscar al abad Macario, atormentado por los pensamientos y las pasiones del cuerpo y le dijo: “Padre mío, dime una palabra y viviré”. Macario respondió: “Amarra la cuerda del ancla a la piedra, y por la gracia de Dios la barca atravesará las olas diabólicas de este mar de decepciones, y el torbellino de tinieblas de este mundo”. Abad Evagrio preguntó: “¿Cuál es la barca, cuál es la cuerda, cuál es la piedra? El abad Macario dijo entonces: “La barca es tu corazón, guárdalo; la cuerda es tu espíritu, átalo a nuestro Señor Jesucristo que es la piedra que tiene poder sobre todas las olas diabólicas que combaten a los santos. Sé que no es fácil decir a cada respiración “Señor Jesucristo ten piedad de mí” y “Bendito seas Jesús” o “Señor Jesús, socórreme”. Pero nosotros, los débiles, sabemos que el auxilio proviene de nuestro Señor, y perseverando en la invocación de su Nombre Él nos salvará, como está en la Escritura”.
Y continuó diciendo: “Una vez visité a un enfermo que estaba en cama. Se trataba de un anciano que recitaba el Nombre saludable y bendito de nuestro Señor Jesucristo. Cuando lo interrogué sobre su salud me dijo con alegría: “Como soy constante en tomar este dulce alimento de vida -el Nombre de nuestro Señor Jesucristo- he sido colmado en la dulzura del sueño por una visión del Rey -Cristo- con la forma de un nazareno, quien me ha dicho tres veces: “Tú estás en mí, y no en otro más que en mí”; enseguida me desperté experimentando una alegría tan grande que olvidé el dolor.
Finalmente, Macario el grande dijo: “Cuando te acercas a la oración debes fijar tu atención en ti con firmeza para no abandonar tus vasos en manos de los enemigos, pues ellos desean quitarte esos vasos -que son los pensamientos del alma, esos vasos gloriosos con los cuales servirás a Dios- pues lo que Dios busca no es que le rindas homenaje con tus labios mientras tus pensamientos vacilantes están diseminados por el mundo, sino que tu alma y todos tus pensamientos se mantengan en la contemplación del Señor sin otra solicitud”.
He querido poneros todos estos textos para que veáis cuánta importancia le da a esta “oración del Nombre de Jesús”, u “oración del corazón”. Es toda una escuela. Yo os transmito lo que me ayuda a mí. En primer lugar, me dispongo a entrar donde voy a orar -qué bueno sería tener un lugar en la casa con un icono, o al menos una esquina-; esta disposición incluye entrar sin el móvil (ni siquiera en silencio), buscar el tiempo adecuado (por ejemplo antes de que los niños se levanten para los padres), que todo esté ordenado en el lugar (una vela y encendedor, un asiento donde tener la espalda recta o un banquito, y lo demás práctico para no tener que levantarnos: clínex, un reloj con alarma, etc.). Una vez entrados, hacer una postración ante el icono (con la frente en el suelo, o profunda inclinación), encender la vela. Invocar al Espíritu Santo, con una sencilla invocación: “Ven Espíritu Santo, ven por María”, por ejemplo. Sentarnos y comenzar a repetir al ritmo de la respiración el nombre de Jesús o una pequeña frase que incluya su Nombre según lo que necesitemos: “Jesús ayúdame”, “Jesús ten misericordia de mí”, “Jesús confío en Ti”, etc., que decimos según espiramos el aire, dejando que todo el aire sea espirado. No es un método sino una forma de orar, como explica san Ignacio en sus Ejercicios espirituales. Normalmente, comienzan los pensamientos a venir. Cada uno venga ríndelo a los pies de Jesús -con tus ojos cerrados o mirando al icono o al Sagrario- diciendo la frase. No luches contra los pensamientos, no los rechaces ni te lamentes por tenerlo, sólo ríndelos. Rinde la preocupación (por ejemplo, algo práctico que tienes que hacer), rinde el hecho de tener ese pensamiento, rinde lo que sientas sea lo que sea sin analizarlo, sólo diciendo: “Jesús…”. Si te saltas algo de esto pensando que no te hace falta no pasa nada, pero que sepas que no estás haciendo la “oración del nombre de Jesús”. Esto no es un problema. Hay otras formas de orar. De hecho, a veces, en medio de la oración del corazón, recibimos como una palabra del Señor, o la recordamos, y empezamos a meditar sobre ella, y es una oración estupenda. Hay que dejarse llevar por el Espíritu con flexibilidad. Pero, si no hay nada especial no lo busquemos. No abras “las Escrituras de tinta”, comienza haciendo esta oración y “el Espíritu Santo irá apoderándose del prado de tu corazón”. Después podrás meditar si quieres. Esta forma de oración es muy desconocida para nosotros, los cristianos occidentales -¡tan mentales!- y sin embargo, es el gran tesoro que nos falta para enfocarnos en Jesús, y dejar al Espíritu “apoderarse” de nosotros. Ánimo, puedes comenzar con 5 o 10 minutos, no se trata de forzar porque no buscamos un sentimiento, al principio te parecerá algo mecánico, pero si acostumbras a hacerlo de corazón: es decir a poner toda tu atención y tu intención en ese “Jesús, confío en ti” o simplemente “Jesús…”, notarás enseguida que sales de la oración “centrado en El”.
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