Hay una humildad que procede del temor de Dios y hay una humildad que procede del amor entrañable de Dios. Hay quien es hecho humilde por su temor, y hay quien es hecho humilde por su inmenso gozo. En el primero se unen la reverencia de los miembros, además del orden de los sentidos, y un corazón continuamente compungido; en el segundo, una efusión exuberante y un corazón que florece de exultación y nunca se siente oprimido. El amor no conoce la vergüenza, y por eso nada sabe de dar forma (meter en un esquema) y orden a sus miembros. El amor posee naturalmente la frescura de la desnudez (literalmente, “la desvergüenza”) y el olvido de toda medida.

(Discursos ascéticos, 50. 10 Isaac de Nínive)

Esta es la frescura que el Espíritu Santo trae. La brisa suave y renovadora que alivia la sequedad de nuestro desierto y lo convierte en casa de acogida, lugar de encuentro.

La humildad no es principalmente fruto del temor sino del amor. Se engendra entre dolores, pero la da a luz el gozo. La alegría de sabernos amados por unas entrañas del compasión que son más fuertes que la muerte, que no dan de acuerdo a lo que merecemos sino a lo que necesitamos, y que no piden de nosotros sino que gritemos nuestra precariedad.

Esto es lo que el papa León XIII nos propuso al restaurar la antiquísima Novena del Espíritu Santo en su encíclica Divinum illud munus ( “Sobre la presencia y poder del Espíritu Santo”, 1897):

“Recomendamos a los católicos para la solemnidad de Pentecostés algunas especiales oraciones a fin de suplicar por el cumplimiento de la unidad cristiana. Decretamos y mandamos que en todo el mundo católico en este año, y siempre en lo por venir, a la fiesta de Pentecostés preceda la novena en todas las iglesias parroquiales y también aun en los demás templos y oratorios, a juicio de los Ordinarios”.

El papa León XIV nos está urgiendo a esta oración por la unidad. ¿No es ahora más que nunca el tiempo de permanecer junto a María suplicando lo que solo el Cielo nos puede dar?

Comenzamos este jueves 29 de mayo ¿te unes? Repite con el papa León:

«¡Envía tu Espíritu, Señor y serán creados,

y renovarás la faz de la tierra!» (Sal 103, 30)

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