2. Aparición a los discípulos de Emaús (Valtorta)
Aparición a los dos de Emaús | Alberto Guerrero
Contemplación del misterio
«Por un camino montano dos hombres, de mediana edad, van andando rápido. A sus espaldas, Jerusalén, cuyas alturas van desapareciendo tras las ondulaciones de cimas y valles. Van hablando sobre la muerte de Cristo, sobre los rumores de su resurrección…
Jesús se llega a ellos, y pregunta:
-¿De qué hablabais? En el silencio, oía a intervalos vuestras palabras. ¿A quién han matado?
Es un Jesús celado tras la apariencia modesta de un pobre viandante apremiado por la prisa. Ellos no lo reconocen.
-¿Eres de otros lugares? ¿No te has detenido en Jerusalén? Pareces el único que ignora lo que en ella ha sucedido en estos días.
-¿Qué ha sucedido?
-Vienes de lejos y por eso quizás no lo sabes.. En todo caso, si eres circunciso, sabrás que hacía tres años que en nuestra patria había surgido un gran profeta de nombre Jesús de Nazaret, poderoso en obras y palabras, que predicaba por toda la nación. Y decía que era el Mesías… Pero… ¿eres circunciso?
-Soy primogénito y estoy consagrado al Señor.
-¿Entonces conoces nuestra Religión?
-Ni una sílaba de ella ignoro.
-Pues entonces sabrás que Israel recibió la promesa del Mesías, pero de un Mesías como rey poderoso que habría de reunir a Israel… Pero Él no era así…
-¿Y cómo era?
-No aspiraba a un poder terreno, sino que se decía rey de un reino eterno y espiritual. No ha reunido a Israel. Al contrario, lo ha escindido, porque ahora Israel está dividido entre los que creen en Él y los que lo consideran un malhechor. En realidad no tenía aptitud para rey porque quería sólo mansedumbre y perdón. ¿Cómo subyugar y vencer con estas armas?…
-¿Y entonces?
-Pues entonces los Jefes de los Sacerdotes y los Ancianos de Israel lo han apresado y lo han juzgado reo de muerte… Lo condenó Pilatos… Pero no quería, pues lo llamaba justo. Pero le amenazaron con denunciarlo ante César, y tuvo miedo. En definitiva, fue condenado a la cruz y en ella murió. Y esto, junto con el temor a los miembros del Sanedrín, nos ha deprimido mucho, porque ambos éramos discípulos del Profeta.
-¿Y ahora ya no lo sois?
-Esperábamos que fuera Él quien liberara a Israel, y también que con un prodigio confirmara sus palabras. ¡Pero!…
-¿Qué palabras había dicho?
-Te lo hemos dicho: «He venido al Reino de David. Soy el Rey pacífico» y así otras cosas. Decía: «Venid al Reino», pero luego no nos dio el reino. Decía: “Al tercer día resucitaré”. Hoy es el tercer día después de su muerte y no ha resucitado. Algunas mujeres y algunos soldados que estaban de guardia dicen que sí, que ha resucitado. Pero nosotros no lo hemos visto.
-¡Qué necios y duros sois para comprender! ¡Qué lentos para creer en las palabras de los profetas! ¿Acaso no estaba dicho esto? El error de Israel está en haber interpretado mal la realeza de Cristo. Por esto no han creído en Él y por esto ahora vosotros dudáis. La reconstrucción del reino de Israel, en el pensamiento de Dios, no estaba limitada ni en el tiempo ni en el espacio ni en cuanto al medio, como lo estaba en vosotros.
No en el tiempo. Porque ninguna realeza, ni siquiera la más poderosa, es eterna. No en el espacio. Porque en Israel está la semilla de Dios; y, por tanto, diciendo Israel, se quería decir: el reino de los creados por Dios, que se extiende sin límites de Oriente a Occidente. En cuanto al medio: el medio humano, lo he dicho, es la opresión. El medio sobrehumano es el amor…
La plática prosigue durante largo rato mientras caminan. Jesús les explica el sentido de las Escrituras…
Ahí está Emaús, amigos. Yo voy más lejos. No se le concede un alto en el camino al Viandante que tanto camino ha de recorrer.
-Señor. Tienes más instrucción que un rabí. Si Él no hubiera muerto, diríamos que nos ha hablado. Quisiéramos seguir oyéndote hablar de otras y más extensas verdades. Porque ahora nosotros somos como ovejas sin pastor…
Jesús entra y con la habitual hospitalidad hebraica le sirven bebidas y agua para los pies cansados. Jesús se levanta, teniendo el pan en las palmas. Alzando los ojos al cielo rojo del atardecer, da gracias por el alimento. Se sienta. Parte el pan y pasa un trozo a cada uno de sus dos huéspedes. Y, al hacerlo, se manifiesta en lo que Él es: el Resucitado. Es un Jesús lleno de majestad, con las llagas bien visibles en sus largas Manos: rosas rojas en el color marfil de la piel. Un Jesús bien vivo con su Carne recompuesta, pero también bien divino en la majestuosidad de sus miradas y de todo su aspecto.
Los dos lo reconocen y caen de rodillas… Pero, cuando se atreven a levantar la cara, de Él no queda más que el pan partido. Lo toman y lo besan. Lloran, diciendo:
-¡Era Él! Y no lo hemos conocido. ¿Pero no sentías tú que te ardía el corazón en el pecho mientras nos hablaba y nos hacía mención de las Escrituras?
-Vamos. Ya no siento ni cansancio ni hambre. Vamos a decírselo a los de Jesús que están en Jerusalén».
(Extractos de María Valtorta, «625. Aparición a los discípulos de Emaús», en El evangelio como me ha sido revelado, vol. X)
Meditación | Luigi Giussani
«La resurrección es la cumbre del misterio cristiano. Por esto fue creado todo, porque la resurrección es el comienzo de la gloria eterna de Cristo: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo”. Todo y todos encontramos un sentido en este acontecimiento: Cristo resucitado. La gloria de Cristo resucitado es la luz, el colo-rido, la energía, la forma de nuestra existencia, de la existencia de todas las cosas.
La centralidad de la resurrección de Cristo es directamente proporcional a nuestra fuga, como si huyéramos de algo desconocido; es proporcional a nuestra desmemoria, a la timidez con la que pensamos en esta palabra y enseguida escapamos lejos. Directamente proporcional a todo eso es el carácter decisivo de la resurrección, en cuanto propuesta del hecho de Cristo, contenido supremo del mensaje cristiano que realiza esa salvación, esa purificación del mal, ese renacer del hombre por el que Él ha venido.
Nuestra autoconciencia alcanza su cumbre en el misterio de la Resurrección. En él culmina la autoconciencia del cristiano y, por tanto, la autoconciencia nueva de mí mismo, del modo en que miro a todas las personas y las cosas. La Resurrección es la clave de una nueva relación conmigo mismo, entre yo y los hombres, entre yo y las cosas […].
La fe lleva la inteligencia humana más allá de sí misma. Y se da, solamente, por gracia. Creer es el acto de una inteligencia amorosa para con lo real, de una afectividad abierta a lo que vale, a lo que existe realmente, a lo que “es”. […] La fe en Cristo resucitado es el supremo acto de la inteligencia humana que capta la realidad con lealtad y afecto, afirmándola amorosamente. Esta afirmación amorosa de lo real es condición para que la inteligencia del hombre, ante la propuesta de Cristo resucitado, se convierta en fe».
(Luigi Giussani, «Cristo resucitado. La derrota de la nada». Meditación en el retiro de Ascensión de los Memores Domini. Riva del Garda, 16 de mayo de 1992)
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