El gozo que grita ¡Ven!
El papa León XIV nos está urgiendo a esta oración por la unidad. ¿No es ahora más que nunca el tiempo de permanecer junto a María suplicando lo que solo el Cielo nos puede dar?
El papa León XIV nos está urgiendo a esta oración por la unidad. ¿No es ahora más que nunca el tiempo de permanecer junto a María suplicando lo que solo el Cielo nos puede dar?
Entran las mujeres con lámparas y ánforas y recipientes de anchas bocas. María de Alfeo trae un mortero grande y recio. Encima de una mesa colocan todas sus cosas. Luego dan un último toque a sus bálsamos. Han terminado. Todos los recipientes están llenos.
Por un camino montano dos hombres, de mediana edad, van andando rápido. A sus espaldas, Jerusalén, cuyas alturas van desapareciendo tras las ondulaciones de cimas y valles. Van hablando sobre la muerte de Cristo, sobre los rumores de su resurrección…
¡Qué hermosura la de este lago en la paz de la noche, bajo el beso de la Luna! Verdaderamente es paradisíaco por su pureza… Pero los pescadores no tienen suerte… Las horas pasan. La Luna se pone, mientras la luz del alba se abre camino…
Jesús pasea con su Madre por los escalones de la ladera del Getsemaní. No median palabras, sólo miradas de inefable amor. La aurora ha surgido completamente. Ya el sol está alto y los apóstoles hacen oír sus voces. Es una señal para Jesús y María.
No hay voces ni ruidos en la casa del Cenáculo. Sólo se constata la presencia y la voz de los Doce y de María Santísima. Están recogidos en la sala de la última Cena. La habitación parece más grande porque los muebles y enseres están colocados…
María, en su pequeño cuarto solitario, vestida enteramente de cándido lino, está ordenando sus vestidos y los de Jesús, que siempre ha conservado. Dobla bien estos indumentos, besa el manto ensangrentado de su Jesús…
¿Cuántos días han pasado? Es difícil saberlo. A juzgar por las flores que forman una corona alrededor del cuerpo exánime, debería decirse que han pasado pocas horas. Pero si se juzga por las ramas de olivo…