2. La flagelación (Valtorta)

Jesús despojado de sus vestiduras (Alberto Guerrero).

Acceder al vía crucis.

MARÍA VALTORTA

Contemplación del misterio

«Jesús, atado de nuevo, sale de casa de Herodes con una túnica de lino que le llega hasta la rodilla, encima de la túnica roja de lana, y vuelven donde Pilato. 

Ahora la centuria a duras penas contiene la masa de gente, que no se ha cansado de esperar ante el palacio proconsular. Jesús ve al grupo de los pastores. Están al completo. Con ellos también un grupito de galileos, entre los cuales reconozco a Alfeo y a José de Alfeo. Y un poco detrás, semiescondido tras una columna, ve a Juan, que ha entrado en el vestíbulo. Jesús sonríe a este y a aquéllos, sus amigos… Pero, ¿qué son estos pocos en medio de un océano de odio y agitación?

El centurión saluda a Poncio Pilato e informa. 

– ¿Aquí otra vez? ¡Uf! ¡Maldita esta raza! Que se acerque la chusma. Traed aquí al Acusado. 

Va hacia la muchedumbre, aunque también esta vez se detiene en la mitad del vestíbulo. 

– Hebreos, escuchad. Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo. Delante de vosotros lo he examinado y no he hallado en Él ninguno de los delitos de que lo acusáis. Herodes no ha encontrado más que yo. Y nos lo ha devuelto. No merece la muerte. Roma ha hablado. De todas formas, por no contrariaros privándoos de la recreación, os daré a cambio a Barrabás. Y a Él mandaré que le den cuarenta azotes. Así basta. 

– ¡No, no! ¡No a Barrabás! ¡No a Barrabás! ¡A Jesús la muerte! ¡Y una muerte horrenda! Libera a Barrabás y condena al Nazareno. 

– ¡Pero oíd! He dicho fustigación. ¿No es suficiente? ¡Entonces mandaré que lo flagelen! ¿Sabéis que es atroz? Puede morir por ello. ¿Qué mal ha hecho? No encuentro ninguna culpa en Él, así que lo liberaré. 

– ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡A muerte! ¡Eres un protector de los malhechores! ¡Pagano! ¡Tú también otro satanás! 

La muchedumbre se acerca hasta el pie del vestíbulo y la primera formación de soldados, no pudiendo usar las lanzas, retrocede ante su empuje. Pero la segunda fila, bajando un peldaño, blande las lanzas y libera a los compañeros. 

– Que sea flagelado- ordena Pilato a un centurión. 

– ¿Cuánto? 

– Lo que te parezca… Total, ésta es una cuestión concluida. Y yo ya estoy aburrido. Venga, ve. 

Cuatro soldados llevan a Jesús al patio que está después del atrio. En él, enteramente enlosado con mármoles de color, hay una alta columna semejante a las del pórtico. A unos tres metros del suelo, la columna tiene un brazo de hierro que sobresale al menos un metro y que termina en una argolla. 

A ésta columna -tras haberlo hecho desvestirse, de forma que ha quedado únicamente con un pequeño calzón de lino y las sandalias- atan a Jesús, con las manos unidas por encima de la cabeza. Levantan las manos, atadas por las muñecas, hasta la argolla, de forma que Él, a pesar de ser alto, no apoya en el suelo más que la punta de los pies… También esta postura debe ser un tormento. 

Detrás de Él se coloca uno de cara de verdugo y neto perfil hebreo; delante, otro, con la misma cara. Están armados con el flagelo de siete tiras de cuero unidas a un mango y acabadas en un martillito de plomo. 

Rítmicamente, como si estuvieran haciendo un ejercicio, se ponen a dar golpes. Uno, delante; el otro, detrás. De forma que el tronco de Jesús se halla dentro de una rueda de azotes y flagelos. Los cuatro soldados a los que ha sido entregado, indiferentes, se han puesto a jugar a los dados con otros tres soldados que han llegado en ese momento. Y las voces de los jugadores se acompasan con el sonido de los flagelos, que silban como sierpes y luego suenan como piedras arrojadas contra la membrana tensa de un tambor, golpeando el pobre cuerpo, ese pobre cuerpo tan delgado y de un color blanco de marfil viejo, que primero se pone cebrado, de un rosa cada vez más vivo, luego morado, para tornarse luego de relieves de color añil, hinchados de sangre, y luego se abre y rompe y suelta sangre por todas partes. 

Los verdugos se ceban especialmente en el tórax y en el abdomen; pero no faltan los golpes en las piernas y en los brazos, e incluso en la cabeza, para que no hubiera un lugar de la piel sin dolor. Y ni una queja siquiera… Si no estuviera sujetado por la cuerda, se caería. Pero ni se cae ni gime. Eso sí, la cabeza le pende –después de golpes y más golpes recibidos- sobre el pecho, como por desvanecimiento. 

– ¡Eh, para ya!- grita un soldado, y, en tono de mofa: 

– Que tienen que matarlo estando vivo. 

Los dos verdugos se paran y se secan el sudor. 

– Estamos agotados» -dicen- Dadnos la paga, para poder echar un trago y así reponernos… 

– ¡La horca os daría! En fin, tomad- y un decurión arroja una moneda grande a cada uno de los dos verdugos. 

-Habéis trabajado a conciencia. Parece un mosaico. 

Lo desatan, y Jesús se derrumba como muerto. Lo dejan ahí en el suelo, y de vez en cuando lo golpean con el pie calzado con las cáligas para ver si gime. Pero Él calla».

(Extractos de Maria Valtorta, «604. Los procesos. Las negaciones de Pedro. Consideraciones sobre Pilato», en El evangelio como me ha sido revelado, Isola del Liri, Centro Editorale Valtortiano, 2021, vol. X)

***

LUIGI GIUSSANI
Meditación

«La compañía del Hombre-Dios a nuestra vida se ha convertido en una tragedia inconcebible, impensable, que desafía la imaginación de cualquiera. En toda la historia no se puede imaginar –ni siquiera como un juego o una fábula–una tragedia más grande que ésta: la compañía de Dios hecho carne olvidada, ultrajada por el hombre; tragedia que nace del cinismo de nuestra instintividad. 

Se dan cita en torno a este “leño”, la maldad del hombre que desatiende la llamada del Infinito, los desastres que este delito provoca, de manera que la muerte del Hombre-Dios es la suma y el símbolo de todos estos males. Y, al mismo tiempo, se da cita el poder irresistible de Dios, porque precisamente ese desastre supremo y esa maldad, se tornan instrumentos para la victoria sobre el mal y para su redención. 

Este es el enigma que Dios mantiene en la vida: que este gran designio de bondad, de sabiduría y de amor debe pasar por la prueba, se realiza a través de las pruebas. ¿Por qué en las pruebas? Porque el mundo está sumergido en el mal, sufre el poder del Maligno».

(Luigi Giussani, «La flagelación del Señor atado a la columna», en El Santo Rosario, Madrid, Ediciones Encuentro, 2004)

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