Vivir la Belleza. Una propuesta de adviento inspirada en Isaac de Nínive

El Adviento pasa volando en medio de la exigencia de tantas cosas. Nos parece que estamos obrando el bien, pero muchas veces nos sentimos insatisfechos, cansados. El maestro de monjes Isaac de Nínive nos habla del sentido que tienen esos esfuerzos, que en el caso de los monjes incluían vigilias nocturnas y sacrificios, y aquí cada uno ponga sus trabajos y penas (algunas no tan distintas). Sólo hay una condición inalienable.

Las fatigas del cuerpo sin las bellezas del hombre interior, son como un seno estéril y unos pechos secos: no acercan al conocimiento de Dios. Hay quienes se fatigan en su cuerpo, pero no se preocupan en erradicar las pasiones de su pensamiento. Pues bien ¡no recogerán nada! Como un hombre que siembra sobre espinas y luego no puede cosechar, así es quien arruina la propia inteligencia con las preocupaciones, ira, el ansia de amasar riquezas, y a la vez gime en su lecho con muchas vigilias y abstinencias.

El sacrificio -dice Dios- más precioso que a mí me complace son vuestras obras bellas y la íntima devoción del corazón.

Tierra buena que alegra a su Señor dando por fruto el ciento por uno es el alma que se purifica con el pensamiento fijo en Dios, vigilando atentamente noche y día”.

Las “obras bellas” son aquellas que tienen a la Belleza como motor y meta, están revestidas de su ser, y desprenden su aroma. ¿Qué hace, pues, “bella” una obra? Que el corazón quiera conocer a su Creador a través de ella. Ésta es “íntima devoción del corazón”. Qué pertinente esta enseñanza en el final de este trimestre tan dado a la multiplicidad de los eventos, a la “fatiga del cuerpo”, a los “informes” laborales, etc. 

Erradiquemos las pasiones (ira, envidia, codicia, deseo de control, auto exigencias, comparaciones, impaciencias, etc.) que invaden nuestra mente y se filtran en nuestro espíritu. ¿Cómo? Fijando nuestra atención, “vigilando” que lo urgente no se coma lo esencial, viviendo de la Belleza que sostiene el mundo entero, y también a nosotros, aún cuando no nos damos cuenta de ello. Ésta es la actitud del Adviento. 

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