Objetivo
El objetivo de esta selección de textos es pedagógico. Es decir, abbá Isaac es un
maestro práctico, y sus consejos son directos pero profundos. Necesitan ser
releídos, no son superficiales. Y son de una autenticidad pasmosa. Las
pequeñas enseñanzas de hoy, están tomadas del Discurso 6 de sus Discursos
espirituales, y versan a propósito de la relación con nuestra debilidad.
El maestro de hoy
Iniciamos la escucha atenta de un gran maestro espiritual del siglo VII: san Isaac
de Nínive. Fue un eremita, y luego maestro de monjes (eremitas que vivían en
comunidad), pero sus escritos y consejos han alimentado la vida espiritual de
generaciones de cristianos, sobretodo del Oriente próximo. Terminó sus días
como Obispo de Nínive (actual Irak).
(Lo que está entre paréntesis son aclaraciones mías).
***
Lo primero que el maestro Isaac nos enseña es no escandalizarnos de nuestra propia debilidad. Lo que tantas veces pensamos que es nuestro obstáculo a la santidad, en realidad es nuestro camino hacia ella. Nuestras faltas son el lugar donde el Espíritu Santo nos hace. Y esto es lo que más importa: no lo que hacemos sino lo que El hace en nosotros. Dejemos al abbá hablarnos directamente:
El hecho de que un hombre pueda, eventualmente, incurrir en transgresiones y encontrarse en un estado culpable, es prueba de la debilidad de la naturaleza. Es decir, que nuestra naturaleza es necesariamente receptáculo de enfermedades (en el sentido de “infirmitas”, falta de firmeza, fragilidad, debilidad). A Dios no le ha parecido útil que el hombre estuviera completamente por encima de esta condición inestable antes de que su naturaleza llegue al estado de la segunda creación (la resurrección de los cuerpos). Esta susceptibilidad ayuda a humillar la inteligencia, porque es una bofetada a su orgullo.
Ahora bien, otra cosa es perseverar en las caídas porque no buscamos diligentemente acabar con ellas, a cualquier precio, y en este sentido dice el abbá Isaac: “Pero perseverar en las caídas es un signo de presunción…”.
¿Esto acaso nos mueve a la desesperación? Ni mucho menos. Lo que hace es movernos a ser inteligentes en este combate espiritual, y sobre todo decididos. No es verdad que no podamos salir de los vicios. El Espíritu Santo ama santificarnos. He aquí algunos consejos “prácticos” (diríamos “iniciales, básicos”) por donde empezar:
Al igual que de un vientre inmoderado nace la confusión de los pensamientos, así de la intemperancia en las palabras (opinar de lo que no me corresponde, criticar y juzgar, hablar de mí mismo con vanidad, y en general toda palabra inútil para edificar al otro o a uno mismo) y de unas relaciones desordenadas nacen la ignorancia y la necedad del intelecto (es decir, que nuestra mente está como ofuscada).
En un cuerpo que ama las comodidades no mora el conocimiento de Dios. En efecto, como un padre tiene piedad de su hijo, así Cristo tiene piedad de un cuerpo fatigado y está cerca de su boca en todo tiempo. No hay precio que se iguale con la fatiga ascética (ayuno, la entrega diaria, el tiempo robado al descanso para dedicarlo a la oración antes de amanecer -vigilia-, etc.), en vistas de alcanzar la sabiduría.
Si deseas la castidad, haz cesar el flujo de los pensamientos torpes (impuros), ocupándote en la lectura de las Escrituras y en la súplica incesante delante de Dios.
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