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Comprender que la purificación del corazón es obra del Espíritu Santo pero necesita de nuestra colaboración.

Quizás, llegados a este punto, sintamos que esto es demasiado complicado, que es para gente más espiritual, o que nosotros no estamos preparados. En el fondo, lo que sucede es que comprendemos que es una tarea imposible para nosotros solos. 

El abbá Macario era conocido por su claridad y firmeza en sus mensajes, pero también por su paciencia y misericordia para acompañar los procesos. En esto consiste su verdadera grandeza.

Encendido de amor y con lágrimas en sus ojos, el abbá Macario comenzó su predicación aquel domingo. Todos estaban admirados porque nunca le habían visto así. Les decía:

Un día tres jóvenes fueron arrojados a un horno de fuego por un vil tirano al negarse a renunciar a su fe en Dios. Sin embargo, el fuego que baja del cielo llenaba sus corazones, y este fuego interior se manifestó y venció al otro exterior. Del mismo modo, las almas fieles reciben secretamente, ya en esta vida, el fuego divino y celeste que forja en sus corazones la imagen del Hijo amado a semejanza del cual fueron hechos. Quien lleva en su corazón este Fuego no tiene nada que temer.

Dios se llama así mismo en la Biblia “el que refina”. Se refina la plata o el oro, precisamente por el valor que tienen. Bajar al corazón, buscar el silencio, no es una huida, es la búsqueda de nuestra verdad más profunda. No tengamos miedo, el Espíritu de Amor es ese Fuego, como le dice la amada Beatriz a Dante: “No temas pasar por él, porque arde sin hacerte daño, quema, pero no te destruye, sino que te hace nuevo”. Y Macario diría: “Y te hace arder”. Con ese fuego dentro de ti ya no temerás el frío de la soledad, o las tormentas de los demonios.

Llegados a este punto, si has perseverado en estos tres primeros capítulos, y aún más, si has probado con los pequeños ejercicios, es posible que haya dentro de ti algunos sentimientos aparentemente contradictorios entre sí. Por un lado, ves que esto es un camino serio y eso te motiva. Por otro, intuyes que algo se te escapa, que es más profundo de lo que estás haciendo, y tienes la tentación de abandonarlo. ¡Todo lo contrario! Es precisamente cuando estás a punto de despegar. El verdadero peligro sería pensar que lo tienes todo controlado, que se trata de un “método” que puedes ir “cumpliendo” por ti mismo. Nada más lejos de la realidad. Aunque hablaremos de ello en breve -éste es el último capítulo introductorio, y ya nos lanzamos a la práctica- te adelanto que precisamente la tentación o prueba -lo que Macario llama “el fuego exterior”- tiene este objetivo: que experimentemos que nosotros solos, con todas nuestras buenas intenciones, no podemos ir adelante. Esta es la parte del camino en donde la mayoría -de los pocos que lo habían comenzado- se queda atascada.

Y es que hemos llegado al núcleo de una cuestión esencial: ¿sobre qué o quién pivota mi vida? ¿en qué me apoyo, qué me hace sentir seguro? Lo normal es que, de forma espontánea, aunque quisiéramos que la respuesta fuese “Dios”, la realidad es que nos sentimos más seguros cuando nosotros controlamos con nuestras propias fuerzas, cuando comprendemos con nuestros pensamientos, y desde ahí construimos lo que haga falta. Sin embargo, una y otra vez experimentamos lo que dice el salmista: “Si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles”. Jesús dice que podemos construir nuestra casa sobre arena o sobre roca. La arena somos nosotros mismos. La roca es Él, su enseñanza. Si continuas, hablaremos de cómo fundamentar nuestra vida sobre esta Roca. Pero hemos llegado a una encrucijada y debes decidir, finalmente, si continúas por un camino que desconoces, o si prefieres seguir por el camino conocido. “Para llegar a donde no sabes, has de ir por donde no sabes”, dice san Juan de la Cruz. Si te fijas, Macario dice que aquellos jóvenes -que cuenta el libro de Daniel- recibieron el fuego interior en razón de su confianza en Dios, y así les pasa también a “las almas fieles”. “Fiel” viene de “fides” que significa “fe”.

Por tanto, se trata de dar un paso de fe que se concreta en pedir al Espíritu Santo que venga a ti. No importa si todavía no conoces bien al Espíritu Santo. Basta con que comprendas que es el Espíritu de Dios, Dios mismo, su Amor, y que le pidas que venga a ti. “No os sorprendáis por ese fuego que os ha sobrevenido, como si fuese algo extraño” les dice san Pedro a los primeros cristianos. Así tiene que ser. Jesús lo advirtió: “En el mundo tendréis luchas”. Pero añadió: “¡No tengáis miedo! Yo he vencido al mundo, ¡y estaré con vosotros todos los días, hasta el final!”.  

Hoy puedes repetir a lo largo del día: “Ven Espíritu Santo, Fuego de Dios, guíame por el camino que no conozco”. También puedes buscar una canción de Taizé, cuyo texto es también de san Juan de la Cruz: “De noche iremos, que, para encontrar la Fuente, sólo la sed nos alumbra”.

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