Comprender qué es el corazón y distinguirlo de la mera emotividad.

Muchas veces identificamos “corazón” con nuestros sentimientos y emociones. Entonces nos sentimos confusos, porque éstos van y vienen, y, sin embargo, experimentamos que hay algo en nosotros, más profundo, que permanece.

Seguimos escuchando al abbá -padre espiritual- del siglo IV, Macario el Grande. Él buscó la soledad para aprender esta disciplina del corazón. Después de muchos años de experiencia empezó a compartir lo aprendido en sus propios combates.

Un filósofo fue hasta la gruta donde vivía Macario y se asombró de la simplicidad de su vida. Sin embargo, superó su prejuicio y le preguntó:

Usted, abbá, habla de orar con el espíritu, pero ¿acaso el alma y el espíritu son cosas diferentes? El anciano le contestó: “Igual que el cuerpo tiene diferentes miembros, pero es uno solo, así nuestra alma tiene diferentes miembros: la voluntad, el espíritu, la conciencia y también los pensamientos que habitan dentro. Todos ellos constituyen el hombre interior. Ahora bien, dentro de este hombre interior el espíritu es lo más profundo, como el ojo que escruta el horizonte, y es capaz de ver y distinguir a los enemigos cuando se acercan. El espíritu y la conciencia son quienes corrigen y dirigen el corazón.

Para los padres espirituales, igual que para la Biblia, la sede de todas las decisiones y movimientos está en nuestro interior, al que llaman “hombre interior”. Lo más profundo del hombre interior es el corazón; el espíritu y la conciencia son capaces de corregirlo si se encuentra confuso.  ¿Esto significa que nuestro corazón se identifica sólo con nuestros sentimientos? Ni mucho menos. Ése es el pensamiento de nuestra cultura actual. Según ésta, la coherencia sería seguir nuestros sentimientos. Entonces ¿cómo vamos a combatir contra nuestros propios sentimientos? Estos sabios comprendieron que lo más hondo de nosotros es insondable, los sentimientos y pensamientos están como por encima de ese abismo. En esas profundidades donde habita el hombre interior, en el fondo de nosotros, en nuestro espíritu, allí nos habla Dios. 

Por eso podemos luchar contra “pensamientos” o sentimientos que tengamos dentro, porque no constituyen nuestro ser más profundo. Podríamos decir que son parte de nosotros, están en nosotros, pero nosotros mismos somos más que ellos. Por eso, aunque no podemos elegir sentirlos, sí podemos elegir consentirlos o no. Recuerda: sentir no es lo mismo que consentir. Por ejemplo, me puede venir reiteradamente el sentimiento de tristeza; yo puedo consentirlo y entrar en melancolía, autocompasión y victimismo, o puedo decirme a mí mismo, como el salmista: “¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo” (salmo 41). Si yo digo: “Aunque ahora no lo siento, yo proclamo que yo soy muy amado por Ti” ¿Eso es ser hipócrita? Todo lo contrario. Pero ¿ser auténtico no es ser coherente con lo que uno siente? Aquí está la cuestión. Ser auténtico es ser coherente con lo auténtico, lo verdadero. Por ejemplo, a veces sentimos cosas feas respecto a nuestros padres, pero en el fondo sabemos que los queremos mucho. Si yo, en el momento del enfado “suelto lo que siento”, en realidad les transmitiré una idea falsa, ellos pensarán que no los quiero, y no es verdad; la realidad es que en mi interior conviven esas dos cosas: un amor grande por ellos, y de vez en cuando, unos sentimientos de ira. Distinguirlo es esencial. Lo más auténtico sería aceptar que a veces tengo esos sentimientos de ira, pero que sobre todo y, en el fondo -es decir en mi espíritu, en el fondo de mi corazón-, los quiero mucho. Por tanto, si en el momento del enfado, domino la ira, y les hago un gesto de afecto o de servicio (aunque por dentro me rechine como un tenedor sobre el plato) no estoy siendo hipócrita sino coherente con lo que realmente hay en el fondo de mi persona, lo que realmente quiero, por debajo de los deseos o las emociones superficiales. 

Nuestra cultura, en la que hemos crecido, nos ha enseñado lo contrario; por eso, aunque comprendamos esto, vivirlo se nos hace difícil. Hay que soportar la “acusación” del espíritu malo, que dice desde dentro “¡hipócrita, hipócrita!” y superarlo. La experiencia es la madre de la ciencia. Poco a poco irás comprendiendo por ti mismo la verdad de esta enseñanza. Por ahora, basta con que hoy acojas estas palabras de sabiduría, y les des espacio en tu mente, aunque todavía no te produzcan certeza. Recuerda: lo más hondo de mi ser está en mi espíritu -allí donde se toman las verdaderas decisiones de la vida, en el centro del hombre interior-, a ese lugar le vamos a llamar “corazón”. Por eso podrás orar con el corazón, amar con todo el corazón, adorar en espíritu y en verdad, etc., sin forzar tus sentimientos sino yendo más hondo de ellos, incluso en contra de algunos de ellos, que, aunque están dentro, no forman parte de tu ser más profundo sino de la parte más externa de ti, tu emotividad, que va y viene.

En este sentido, verás que los Padres espirituales también hablan a veces del “ser”. Se trata por tanto de vivir desde quien eres más allá de lo que sientes. Porque lo que sientes va y viene, quien eres permanece. Eres quien eres para Dios. Lo que Él dice de ti es lo que realmente eres. Por eso cuando te dice: “Tú eres mi hijo amado, mi hija amada”, tu corazón descansa. Si quieres esa paz, aprende esta sabiduría. 

Hoy el ejercicio que te propongo es hacer un pequeño esquema de lo que hay ahora mismo en tu interior, en donde distingas: emociones (cuerpo), sentimientos/pensamientos (alma), deseos profundos (espíritu/corazón). Por ejemplo, comienzo con una emoción que siento ahora: cansancio (cuerpo), sigo con el sentimiento o pensamiento que está debajo (“tengo que cumplir con mi deber”), ve al fondo, qué deseo hay más dentro (espíritu, corazón): “quiero una vida plena, no mediocre”). No te agobies si no te resulta fácil. No estamos acostumbrados. Puedes hacerlo de otra manera: puedes escribir todo lo que sientes que hay dentro de ti, desde emociones (como el hambre, ganas de descansar, etc.) hasta sentimientos como frustración, deseo de comprender, ilusión por algún proyecto, etc. Después puedes preguntarte: y además de esto, ¿qué cosas deseo en el fondo? Por ejemplo, sentirme feliz, tener paz, saber amar, ser amado, etc. El objetivo de este ejercicio es simplemente que puedas poner sobre un papel algo de lo que hemos hablado en este capítulo. Si tienes alguien que te acompañe en este camino, puedes contrastarlo con él. 

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